Mi madre nació en filipinas en 1956 y vivió unas de las guerras más escalofriantes que alguien pueda imaginar; no sólo perdió a sus padres y hermanos en aquella guerra sino que perdió todo lo que ella conocía del mundo.
Era aún muy niña cuando en 1962 estalló la guerra, todo hacia presagiar que su ciudad se hundiría en la miseria cuando vio a su ejercito arrodillándose frente al enemigo en aquellas calles grises que ella no recuerda bien pero yo puedo ver en su mirada cuando con los ojos llorosos me cuenta cómo sacaron a sus padres de la casa en la que ella vivía, se los llevaron mientras sus hermanos se abrazaban y ella no entendía nada.
Y su vida miserable continuó; sus padres nunca regresaron y ella nunca los buscó; lo contrario a sus cuatro hermanos que sí fueron en busca de ellos y tampoco regresaron; fue en un periódico que vio, cuando pasaba por las calles de la ciudad en la que vivía – llena de montículos de cemento y edificios en ruinas – que se enteró del fatal destino de sus hermanos a 10 años de la desaparición de sus padres, y a una semana y media de haber dejado a su hermana menor en busca de ellos.
Pero mi mamá no lloró, al menos eso es lo que leí en una carta que le mandó a su Tía y que aún conserva en ese baúl que se cae a pedazos y que es la expresión misma de aquella guerra que yo no vi, ni viví pero que me imagino fue traumante para ella porque ahora su rostro se dibuja de una nostalgia y tristeza que si bien, siempre tuvo, nunca la expresó como ahora; y es que está vieja dice ella, y no pensó que su vida fuera tan diferente a la que ella hubiera deseado que fuera.
No sólo conserva esa carta a mi tía sino también conserva en ese mismo Baúl todos los recuerdos que ella no sabía como expresa más que dibujando; esos dibujos que a penas ves te conmueven el alma y te hacen lagrimear porque no puedes creer como alguien desde tan pequeño sufrió tanto. Tanto como para no poder expresar más que sangre y palitos que simulan personas, pero no con caras felices ni siquiera personas completas, personas mutiladas no sólo en sus cuerpos sino en sonrisas y esperanzas.
Mi mamá nunca cuenta las anécdotas felices de su niñez, y es que es más que seguro que no las tuvo; tampoco cuenta sus anécdotas tristes pero yo y flor (antes de que muriera) abríamos ese Baúl lleno de polvo y polillas y nos poníamos a leer una a una las cartas, ver uno a uno los dibujitos, y se nos caían una a una las lágrimas porque veíamos a esa persona tan frágil que todos los días nos hacía dormir preguntándonos si éramos felices y a la que nunca le preguntamos si ella también lo era; de repente por miedo a que se derrumbara frente a nosotras, o de repente por que teníamos la certeza de que ella nos iba a decir que no, o de repente a decir que sí, pero igual no le íbamos a creer.
Sé que los momentos más felices que mi madre vivió fue cuando nacimos flor y yo; pero maldigo el día en el esa felicidad se escapó y vio morir a Flor; desde ese día se convenció que el destino no era su amigo y que la vida no se le arreglaría jamás; a pesar de que siempre tiene una sonrisa para mi, su sonrisa se quiebra por momentos cuando me ve jugar sola y extrañando a Flor, y es ahí cuando abre el baúl y ve sus fotos y con la foto en la mano me mira desde la ventana, trata de esbozar sonrisas y veo como le cuesta hacerlo y veo también como me cuesta a mi ocultar que al verla triste, me pongo triste yo también.
D i a n a